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Las fascinantes e increíbles aventuras del indómito guerrero encimmerio Kullnan, aunque aquí solo conste una. Es que los plurales siempre quedan más vistosos, de Raquel García Álvarez-Calderón

Este año también, dentro del marco de la iniciativa Leo Autoras Octubre #LeoAutorasOct, pretendemos dar visibilidad a escritoras en nuestro blog. Para ello, tenemos la intención de publicar un relato al día durante todo el mes. Que lo disfruten.

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Día 23: «Las fascinantes e increíbles aventuras del indómito guerrero encimmerio Kullnan, aunque aquí solo conste una. Es que los plurales siempre quedan más vistosos», de Raquel García Álvarez-Calderón»

Las fascinantes e increíbles aventuras del indómito guerrero encimmerio Kullnan, aunque aquí solo conste una. Es que los plurales siempre quedan más vistosos

 

 

 

Kullnan galopaba veloz por las inhóspitas llanuras de Naydah Porhaki a lomos de su veloz poni gigante, Kohlera, con la única compañía de su secuaz, Sancho (que tenía un caballo de verdad, aunque algo rechoncho y bizco), y de su hermosa melena pelinegra, que ondeaba al viento como una bandera que auguraba peligro para sus numerosos enemigos. Kullnan gastaba un pastón en productos para el cuidado del cabello, lo que explicaba varias cosas: que tuviera un poni, lo que evitaba equívocos con muchos comerciantes, y que tuviera que vivir por y para lograr una cierta fortuna, aprovechando para ganar experiencia, conocer mundo y hacer las cosas que más le gustaban: cortar cabezas y encamarse con las mozas más bellas, que se pirraban por su cuerpo curtido por mil batallas y por su pelazo.

Tras muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos días cabalgando hacia la Estrella del Norte seguían sin alcanzarla, lo que empezaba a plantear dudas en el musculoso botarate.

—Cuaderno de Bitácora, fecha estelar 35 de febrero de este año; seguimos avanzando hacia la estrella y sus incalculables tesoros pero la condenada parece seguir siempre a la misma distancia de nosotros.

—Mi señor Kullnan, tengo la sospecha cada vez más clara de que le gastaron una broma en aquella posada.

—¡Imposible! ¿Una broma, a mí? ¿A mí, que he matado a la serpiente gigante de quince mil cabezas y una cola muy pequeñita de un solo mandoble? ¿A mí, que he vencido a un pavoroso (para cualquiera salvo yo, esto es) hombre-dragón que custodiaba a la hermosa doncella Titinas, a la que luego poseí sobre un montón de oro tal que incluso se me coló una pulsera por el peor sitio? ¿A mí, que vencí al poderoso mago Voldemort?

—Mi señor, eso lo hizo Harry Potter.

—… Que era el nombre que usaba durante mi infancia.

—En cualquier caso, creo que alguien decidió, digamos, plantearle, esto… un reto imposible para cualquier humano.

—Mi querido… mi muy útil Sancho: esa, y no otra, es la razón de mi existencia. Recuerda: lo mejor de esta vida es aplastar enemigos, verles destrozados y oír el lamento de sus mujeres.

—Kullnan, eso es muy de cabronías.

—Hay que serlo, Sancho. Si no —una miríada de crueles imágenes, recuerdos dolorosos, muertes a cámara lenta, jueces probando la calidad de la espada forjada por su padre— estás bien jodido.

Y sin más siguieron cabalgando por una tierra árida en la que no había ni piedras que tirarle a los lagartos, que tampoco había.

 

 

A dos días de distancia y dirigiéndose, sin saberlo, hacia nuestros héroes, se encontraba una misteriosa mujer envuelta en una túnica galopando sobre un caballito de feria, lo que no era problema al ser ella una gran maga. No eran pocas sus habilidades, ni tampoco sus talentos. Había sobrevivido a mil aventuras en las que mucha gente con nombres poco memorables como Esbirro 15 o Troll Goblin 1985 habían caído y anterior o posteriormente perecido (caerse en sí no suele ser malo, siempre que el suelo esté cerca). Su fama la precedería, pero como no le gustaba tener nada delante había decidido preservar su identidad y cortar la cabeza de todo el que se atreviera a cantar sus gestas. Se llevaban dinero por sus hazañas y además la exponían al reconocimiento, dos hechos que no le hacían puñetera gracia. Bastante tenía con que su inconmensurable belleza la obligase a ir siempre incómodamente cubierta. Los pretendientes eran más pesados que las moscas, e incluso en forma de rana la seguían a donde fuera hasta que alguien con suficiente hambre y buena puntería decidiera que era hora de comer.

Esta misteriosa aunque muy interesante joven llevaba muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos días cabalgando por aquella llanura no merecedora del empleo de adjetivos en pos de la Estrella del Norte sin que esta pareciera estar siquiera un poco más cerca.

Esto nos indica dos cosas: que dos de las fuerzas existentes más poderosas se van a encontrar en breve, y que en todas las posadas del mundo la gente tiende a abusar de la credulidad de los tontos.

 

 

En algún otro lugar, de cuya posición no es posible dar más datos porque es cambiante, un hombre de cara larga y boca diminuta tomó asiento en la pequeña choza que había construido y abrió un libro encuadernado con piel humana (las páginas, sin embargo, eran de papel reciclado. Una cosa es ser macabro y otra no dejar un mundo que entidades cósmicas muy anteriores a nosotros pudieran destruir). Tomó una pluma y un pergamino y comenzó a escribir:

“Querido Two-Gun Bob:

Estoy deseando encontrarme con tu creación. Dentro de poco entrará en contacto con la mía, ¿cuál de los dos ganará? Jijiji, ¡espero que la mía! Bueno, cualquier resultado me satisfará, ya que si ganas tú el mundo en que vivimos no se destruirá tan pronto.

Besitos,

Howie”

 

 

—¡Mi señor Kullnan, despierte, despierte!

—¡Zzzz-ainghs! ¿Qué pasa, qué, demonios?

—¡Que nos chocamos contra lo que parece una poderosa maga!

—¿Cómo sabes que es una maga?

—¡Porque su caballo es de madera pero viene hacia aquí a toda velocidad!

—¿Y qué podemos hacer en una situación tan fatigante como esta?

—¡Detener los caballos!

—¡Qué buena idea he tenido! ¡Control, alt, suprimir, Kohlera!

—¡Soooo, Gracia!

Kullnan y Sancho se detuvieron a escasos centímetros de la maga, cuyo caballo se detuvo también por iniciativa propia. Su dueña estaba profundamente dormida: se había echado un hechizo para dormir ,de modo que el aburrido viaje se hiciera algo más corto (esto sería utilizado en otras dimensiones para la exploración del cosmos, aunque con algo más de rimbombancia porque la ciencia ficción implica un cierto nivel de pedantería que en tiempos de espada y brujería carecerían de sentido. Prueba a ser pedante y a ver cuánto tiempo puedes mantener la cabeza unida a tu cuerpo. Incluso los cucarachos espaciales tenían que hacerse los duros para lograr un templo merecedor de ser atacado, y antes o después sería saqueado, derribado y destruido sin que el seguro pagase los daños). Kullnan intentó bajarla del caballito, pero este se revolvió para proteger a su dueña, y tras recibir una coz en salva sea la parte, el pelinegro decidió que no merecía la pena pelear con un caballito de madera. En su lugar, los bárbaros decidieron descansar en el duro y yermo suelo y, tras otra acertada coz del caballito cuando Kullnan trató de levantarle un poco la túnica a la maga para verle las deliciosamente esculpidas piernas, el silencio fue total durante unas horas.

 

 

“Querido HP:

He de reconocer que estaba bastante borracho el día que creé estos personajes, por no mencionar que había estado sumergiéndome en lecturas de lo más diversas. Probablemente he creado un monstruo, pero… bueno, ¡a quien se lo estoy contando!

Un choque de manos pandillero,

Bob”

 

 

—¿Quién anda ahí? —gritó repentinamente la maga, limpiándose rápidamente la baba que le caía por la comisura de la boca.

—¡Por Cdrom, calma, mujer! Somos viajeros, como tú; nos hemos cruzado por el camino y tu caballo se ha detenido frente a nosotros.

—¿No le habréis hecho nada a mi montura? ¡Me costó mucho hechizarlo porque no dejaba de dar vueltas!

—Sigues teniéndolo entre las piernas.

Sancho se rio por lo bajinis al oír «entre las piernas». La maga bajó la vista, comprobó sus bolsillos internos, cruzó miradas con su caballito y finalmente descabalgó.

—Qué se le va a hacer.

—¿A qué demonios te refieres, impertinente desconocida?

—A nada, a nada. Y no soy una desconocida, puesto que hemos dormido juntos.

—¡Noooooo! Yo estaba aquí, tú allí, y en ningún momento he intentado verte las piernas.

—Eso es igual, soy una persona especial, instruida en el arte del Tcen y el Mainphul Ness por una gran koach, y tengo mis propias leyes, por eso soy una maga tan poderosa. Por cierto, me llamo Maga. Así todo el mundo sabe lo que soy. Antes tendían a confundirme con otro tipo de mujer trabajadora.

—Yo soy Kullnan y he tenido experiencias con muchos y muy poderosos magos.

—¿Eres gay?

—No ese tipo de experiencias. Soy un guerrero muy poderoso, he luchado en todas las batallas de las que ha merecido la pena hacer un kohomick, y todo eso con la ayuda de mi espada y mi hermosa melena negra.

—Ejem.

—Este es Sancho, un hombre útil. Se asegura de que no me roben el poni cuando me voy de putas y llora en mi lugar y esas cosas. Actualmente me está acompañando en un peligroso viaje, imposible para cualquier ser humano.

—Qué casualidad.

—Voy en busca de la Estrella del Norte.

—¡¡¡No!!!

—¿No debo ir?

—¡Yo también voy hacia allí!

—Pero si tú venías por el camino opuesto…

—…Y tú por el camino contrario…

—Pues va a ser —dijo Sancho, con cierto dolor de cabeza— que os han tomado el pelo a los dos.

—Imposible.

—Improbable.

—Nadie se atrevería.

—No con mi fama.

—No con mi poder.

—No con mi melena.

—No con mi caballito.

 

 

La reestructuración de la realidad es un proceso muy complejo que requiere de la intervención de los seres más poderosos del Universo, seres sin nombre, que nunca han nacido y que nunca morirán. Seres que mueven fichas de aquí a allí cuando ven que el conjunto está a punto de desmoronarse. Nadie sabe qué interés tienen en hacerlo, pero también es cierto que nadie sabe de su existencia. Vosotros y yo sí, pero eso no cuenta.

Esos seres  —los Sin Nombre— recolocan las fichas y se aseguran de que todo permanezca, en total, estable.

Es así como un imbécil, o tres, en este caso, logran comprender lo que ha pasado.

 

 

Por cierto, un kohomick es una representación pictórica de las más grandes aventuras vividas. Eran plasmadas en pergaminos por subhumanos que no veían nunca el sol y vivían esperando noticias de grandes andanzas. Sus obras eran compradas por unos intermediarios crueles: los hombres-serpiente de Pelotusia. Estos mismos tenían a otra raza de subhumanos adiestrada para hacer algo similar en una forma más rudimentaria: usando tan solo la palabra escrita. Como pago recibían unos días más de vida. Cuentan las leyendas que algunos de esos esclavos habían logrado escapar y llegar a otra dimensión, pero allí apenas sabían a qué dedicarse y repetían nuevamente su trabajo. Normalmente alcanzaban el reconocimiento a su labor de manera póstuma, lo que no favorecía este modo de vida, pero a veces la Muerte ha de recordarnos que «NO EXISTE LA JUSTICIA. SOLO ESTOY YO».

 

 

Pasado un rato, Kullnan, Sancho y Maga se habían puesto al día de aventuras, con las licencias artísticas estrictamente necesarias para hacer de una historia una Leyenda. Maga había nacido, crecido y estudiado Magia en la Ciudad de las Putas, lo que la había dotado de una especial suspicacia. Tras dejar la ciudad convertida en una nube de humo, y no precisamente porque fumase mucho, había viajado en busca de un lugar al que llamar Hogar (en realidad, Hogar está ubicada en Nueva Zelanda, pero aún no había sido descubierta y de hecho faltaba mucho para que existiera, que es importante a la hora de ser descubierta). De los muchos compañeros que había ido encontrando por el camino había aprendido a no fiarse de nadie que no fuera un completo estúpido, por lo que tenía bastante confianza en Kullnan. Este, a su vez, encontraba a la muchacha bastante curiosa, como si fuera un tic antropomorfo. Además, lo que la túnica dejaba al descubierto y lo que dejaba intuir prometían los cinco mejores minutos de su vida si en algún momento lograba ocupar el lugar de su caballito de madera.

El caballito, por su parte, no tenía nombre pero sí bastante mala leche, una gran personalidad, y comía instrumentos cortantes. Cualquiera se hubiera asustado al ver la increíble cantidad de cuchillos, dagas, puñales, espadas cortas y navajas que Maga llevaba encima, pero mayor aún habría sido la sorpresa de haber sabido para qué eran.

 

 

«Querido Howie:

He de reconocer que me lo estoy pasando como un niño chico, pero no  puerdo evitar preguntarme en qué momento aparecerá tu criatura. Me estoy mordiendo las uñas, y sabes que mis ambiciones pugilísticas no se llevan muy bien con ello.

En fin, esperaré con impaciencia, seguro que merece la pena.

Saludines a tus gatos y un cabezazo flojito para ti,

Bob»

 

 

—Y ahora, ¿qué?— preguntó Sancho.

—Pues ahora… buscamos una taberna. Es decir, salimos de este lugar desierto y vamos a donde haya algo más de vida, de camas y de alcohol.

—A mí no me importa volver a la que me mandó a perseguir la puta estrella. Lo único es que dormir, no vamos a dormir, como no sea sobre los escombros.

—¡Un momento! ¿Qué es esa luz parpadeante? Juraría que hace un momento no estaba.

Tras examinar dicha luz un buen rato concluyeron que, o había personas, o había una enorme cantidad de luciérnagas contra las que poder volcar su ira reprimida por los últimos acontecimientos. Dicho y hecho, hacia allí se encaminaron.

 

 

«Querido Two-Gun B.:

Lamento haberte hecho esperar, pero creo que verás tu paciencia recompensada.

Tengo el presentimiento de que esta vez ganaré yo, pero todavía puede pasar cualquier cosa…

Un abrazo de oso, de parte de los gatos y mía,

Howie»

 

 

La zona por la que transitaban era un poco más puñetera de lo que había sido la amplia llanura; era como intentar andar por el borde de una gigantesca tartaleta de tierra. Conforme iban pasando las horas se iba incrementando el frío y, cosa curiosa, la oscuridad, a pesar de que la luz intermitente seguía bien visible al final del camino (y en esta ocasión, cada vez más cerca). También se oía un ruido extraño, como si el aire se lamentase porque alguien lo estuviera atravesando. Al cabo de un rato el ruido era tan fuerte que nuestros héroes tuvieron que taparse los oídos, y así, envueltos hasta los ojos en sus vestimentas para protegerse del frío, sin poder apenas ver ni escuchar y sobre caballos tambaleantes, llegaron al origen de la luz.

—¡Ah, por fin llegáis! —exclamó alegremente Johwart, por encima del ruido del viento.

—¿Quién eres? ¿Por qué hablas como si nos conocieras? —vociferó Kullnan.

—Porque conozco a vuestro creador y la razón de vuestra existencia.

—¿Qué dice este loco?

—Ah, me han llamado loco tantas veces que ahora hasta me gusta… ¡Dímelo otra vez, oh gran bruto encimmerio pelinegro!

—¡Esperad, que le vuelo el culo a este tarado! —grito Maga, desmontando de su caballito a toda prisa.

—Contente, Maga, que «encimmerio» no es un insul… —y eso fue todo lo que pudo decir Sancho antes de que Maga tropezase con el abrupto suelo y errase el tiro. Las bolas de fuego fueron a dar de lleno en la choza de Johwart.

—¡Nooooooo! Que alguien le diga a esa… esa hembra humana… ¡que ha destruido la última copia del Necronomicón que me quedaba y ahora tendré que volver a Arkham y robar otra!

—¿De qué demonios hablas, lo… tipo extraño?

—De los que tú quieras, chavalote, los conozco a todos. De hecho, estamos en la puerta a otra dimensión habitada por espeluznantes criaturas que nadie en su sano juicio sería capaz de imaginar; hijos de la muerte y el terror que yacen a la espera de que algún estúpido humano intente sacarlos de su cárcel; pues pueden ser dominados, pero si es con relativa facilidad que se los puede atraer a esta dimensión o penetrar en ella, es imposible deshacerse de ellos o salir de ahí vivo… o cuerdo.

—¿Y tú cómo es que sabes tanto de todo esto? – inquirió Maga.

—Que alguien le comunique a este espécimen de mujer que yo he estado en esa dimensión… y he vuelto.

—¿Por qué no me habla ni me mira a la cara?

—Tranquila, Maga, ya sabes que está… tururú.

—¡Ooooh, tururú también me gusta!

Los tres aventureros se reunieron en pequeño comité para decidir qué hacer. Por un lado, a Kullnan le había picado y mucho la curiosidad algo con lo que Johwart contaba desde un principio, Maga seguía dolida por el trato recibido y el golpe contra el suelo, y Sancho creía firmemente que no le pagaban para esto. Tras jugárselo a piedra, papel y tijeras, ganó Kullnan, principalmente porque jugaron con una piedra, un papel y unas tijeras de verdad, y las tijeras se las comió enseguida el caballito de Maga.

—Desconocido con el que no querría irme nunca de bares, hemos decidido penetrar en esa dimensión, pero tengo una pregunta que hacerte primero:

—Esto no es un RPG, chaval, pero bueno, lo que quieras.

—¿Es posible sellar esta puerta de modo que nadie más pueda volver a entrar o a salir?

—Posible es, ciertamente, pero en absoluto fácil. Para empezar, sería necesario un sacrificio humano, cuanto más cerca estuviese mentalmente ese humano de las criaturas más valioso sería y más duradero. Pues ningún trato entre las fuerzas ocultas y los hombres puede ser eterno, solo ellos lo son.

—Ya me parecía.

Y dicho lo cual, Kullnan agarró bajo el brazo al desprevenido Johwart y diciendo «¡nos volveremos a ver… algún día!» cruzó con su carga la nigérrima puerta que daba a la más terrorífica de cuantas terroríficas dimensiones pudiera haber. Al cabo de un rato, la puerta se convirtió en un enorme muro de piedra con extrañísimas inscripciones grabadas y empezó a vibrar.

—¡Va a derrumbarse! ¡Corramos!

Una vez cerrada la puerta la luz se extinguió y, con ella, la oscuridad y el frío que rodeaban la zona. Maga y Sancho galoparon tan rápido como pudieron, y aunque por momentos pareció que el alud de piedras iba a alcanzarlos, lograron finalmente salir sanos y salvos de la zona de peligro.

—Kullnan se ha sacrificado por nosotros… Es… es tan triste. Nosotros, los aventureros arriesgados, decimos a menudo eso de «¿quién quiere vivir para siempre?», pero la respuesta es «pues yo, joder». Y ahora se ha muerto. Quizás deberías, no sé, llorar por él, ¿no?

—Nah, siempre hace lo mismo.

—¿Qué?

—Sí, en serio, siempre hace cosas así. Luego se muere, hay que resucitarlo con una plegaria a los muy poderosos y sabios dioses Khuin y todo sigue como siempre. Volveremos a verle, te lo aseguro.

—¡Increíble! Está claro que no llegué a conocerle tanto como hubiera querido.

—Ni él como hubiera querido conocerte a ti.

—En fin, no podemos quedarnos aquí como tontos. ¿Vamos a la posada en que me engañaron, la volamos por los aires y buscamos otra en la que tomarnos algo y descansar?

—¡Claro! Además, a ti no tendré que cuidarte el caballo —dijo Sancho. Kholera relinchó, herido en su orgullo, pero se mantuvo con el grupo porque tenía esperanzas de llegar a entablar amistad o algo más con la montura de Maga.

—Por cierto, Maga, ¿tú no saliste en un par de películas de Bob Fosse, como All That Ja…

—¡¡¡NO!!!

Y ambos amigos, cansados pero nunca rendidos, nos dieron la espalda y partieron, porque en lo que a esta aventura concierne, este es el…

 

 

FIN

 

 

«Howard, amigo mío:

¡Menudo pieza estás hecho! ¡Me has pillado totalmente desprevenido!

Esperaré con impaciencia nuestra próxima batalla…

Siempre con admiración,

Bob»

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