Con motivo de la convocatoria de realismo mágico que hemos convocado hace tan solo unos días, y cuyas bases podéis encontrar pinchando aquí, hemos preparado una serie de artículos con el sano y noble propósito de crear hype y, de paso, ayudaros a entender de qué hablamos cuando decimos «realismo mágico», sus precedentes, sus obras destacadas y aquellas injustamente olvidadas, y todo lo necesario para poder afrontar esta antología con fuerza, ímpetu y ganas de vivir. Que aproveche.
Y luego que hubo anochecido, se le entreabrieron los ojos. Oh, un poco, muy poco. Era como si quisiera mirar escondida detrás de sus largas pestañas.
A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se inclinaron, entonces, para observar la limpieza y la transparencia de aquella franja de pupila que la muerte no había logrado empañar. Respetuosamente maravillados se inclinaban, sin saber que Ella los veía.
Porque Ella veía, sentía.
Fragmento de «La amortajada», de María Luisa Bombal
Como latinoamericana que soy, tengo que confesar que en ocasiones me resulta muy cansina la insistencia de la crítica, las instituciones editoriales e incluso los lectores en volver, una y otra vez, sobre el realismo mágico. Y al decir «realismo mágico» me refiero al movimiento literario que preponderó en América Latina durante la década de los sesenta y que extendió, persistentemente, sus brazos y piernas amodorrados casi hasta los noventa. Me cansa porque, ante tal insistencia, pareciera que en aquellas tierras no se hubiera escrito nada de relevancia antes de este hito y tampoco se escribiera después.
Sin embargo, he comprobado con verdadero regocijo que las más recientes vueltas al estudio, promoción y publicación de obras mágico-realistas latinoamericanas se han hecho con el objetivo de rescatar y recolocar en el lugar que por derecho les pertenece a muchas figuras que fueron dejadas fuera de este panteón exiguo y claramente masculino.
Este ha sido el caso de la escritora chilena María Luisa Bombal (1910-1980), cuya vida, de tempestuosa e interesante que fue, dio base a una película que en 2011 dirigió Marcelo Ferrari. Bombal, quien en su juventud vivió un furibundo episodio pasional —cuyo desenlace fue el disparo en el brazo que, por accidente, ella misma se hiciera—, estuvo más tarde en un matrimonio de fachada con el pintor homosexual Jorge Larco y terminó sus días sumida en el alcoholismo; fue blanco del reproche, las habladurías y las injusticias de sus contemporáneos. Aunque hay que decir que su breve obra también mereció el reconocimiento de la crítica de su época y su novela más famosa, La amortajada, recibió el Premio de la Novela de la Municipalidad de Santiago en el año en que se publicó. No obstante, la posteridad sumió a la figura de Bombal en un injustificado anonimato, roto quizás solamente en su país de origen.
Pero Bombal ha sido sin duda una de las plumas más relevantes de la narrativa latinoamericana y el manejo de los elementos fantásticos en su obra la convierte en una de las precursoras de lo que en los años sesenta se conoció como realismo mágico.
Si bien no es hasta después de 1940 (gracias a la labor de Silvina Ocampo, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares) que la literatura fantástica entra a formar parte del canon literario latinoamericano; naturalmente, existieron autores que años antes escribieron textos (principalmente relatos cortos) que se adentraban en los dominios de lo fantástico, del horror de la estirpe de Poe y Lovecraft e incluso en los de una protociencia ficción, y aquí destacan especialmente los escritores que se adscribieron al movimiento modernista (Amado Nervo, Leopoldo Lugones, Rubén Darío y Horacio Quiroga, entre otros). Se trataba esta de una literatura fantástica, en el sentido en que presentaba como problemáticos los hechos a-normales, irreales, que irrumpían en el orden natural y lógico de los acontecimientos. Sabemos que en el caso del realismo mágico (esta vez entendido como tipología literaria, como subgénero) esto no ocurre así; sino que la irrupción de elementos sobrenaturales se asumen como normales y cotidianos, al punto de no provocar ningún tipo de aspaviento entre los personajes de la historia. En este sentido, el realismo mágico estaría más apegado a la fantasía, a los relatos maravillosos, que a lo fantástico como tal.
Tenemos, entonces, que en la novela La amortajada (1938) María Luisa Bombal construye un relato extremadamente íntimo y subjetivo en el que los elementos fantásticos, puntualmente introducidos, se van a tratar con naturalidad. Ana María, la protagonista, ha muerto desde el momento en que comienza la novela y si bien esta empieza con un narrador en tercera persona, pronto mudará para adoptar la perspectiva de la amortajada. Es ella la que va a ir narrando los sucesos, no solo de su vida pasada, sino aquellos que están ocurriendo en el momento de su velatorio, los cuales espía a través de sus ojos entrecerrados. Sin lugar a dudas, Ana María está muerta y el hecho de que pueda percibir, desde cada uno de sus sentidos, el mundo que la rodea, por más que ella ahora pertenezca al mundo de los muertos, no se explica o justifica, puesto que los únicos que dan cuenta de esta «anormalidad» son los lectores. Así, que el elemento fantástico resulte o no problemático recae por entero en la percepción de los lectores, en nuestra percepción. Y aquí entraríamos en un terreno sumamente inestable, no solo por la diversidad de lectores (y por tanto de lecturas), sino porque los lectores que en su momento leyeron esta novela de Bombal no reaccionarían de la misma manera que un lector contemporáneo, que conoce, al menos de segunda mano, todo el movimiento del realismo mágico o pudiera estar familiarizado con la fantasía. O sea, un lector contemporáneo sería más susceptible a la naturalización de un elemento fantástico como este.
Si al hecho de que la naturalización o problematización del elemento fantástico recaiga en el lector, agregamos que se trata de una novela de estructura volátil, que cambia constantemente de narrador sin muchas indicaciones y en la que el carácter onírico y las superposiciones espacio-temporales priman… pues tendríamos que conceder que su clasificación cae en un territorio limítrofe en que no podríamos decir que se trata de un texto mágico-realista, pero definitivamente con él se caminó, sin posibilidad de retorno, hacia esa dirección.
Es muy evidente el nexo de esta novela con Mientras agonizo (1930) de William Faulkner. Y ese nexo va más allá de tratarse de una novela coral, en que se utiliza la técnica del flujo de conciencia, cuyo escenario es eminentemente rural y el conflicto gira alrededor de la muerte de uno de los personajes femeninos y su entierro. Pareciera que Bombal hubiera deseado potenciar ese golpe disruptor que en la novela del americano supuso el momento en que se le da voz a la muerta para contar su historia, y construyó toda la suya con este punto de partida. Lo que sucede es que Ana María, a diferencia de Addie, se mantiene agazapada espiando la realidad de los vivos y se nos presenta como una testigo de ese traspaso al mundo de ultratumba. Sin embargo, como crudo es el testimonio de Addie y la revelación de sus frustraciones y más recónditos deseos, en el recuento de la vida de Ana María se observan esos tintes feministas que siempre se mencionan al hablar de la obra de Bombal.
Uno de los rasgos fundamentales de la literatura del realismo mágico es su componente de crítica social y denuncia de los sistemas envilecidos por el caciquismo, la corrupción y las dictaduras. En obras que tiene un afán cosmogónico y totalizador como Pedro Páramo, Cien años de soledad o El señor presidente esta crítica se realiza de manera manifiesta. Sin embargo, La amortajada no está exenta de denuncia social, a pesar de su carácter intimista. Sucede que el cuestionamiento al status quo (especialmente el que atañe al papel de la mujer en una sociedad estricta y patriarcal) se realiza de una manera muy sutil, a partir de la exposición de las vivencias de sus personajes femeninos, y se hace en un tono mucho menos rabioso que el monólogo de Addie en Mientras agonizo. En este sentido, esta novela engarza más con la sutileza de la denuncia social de obras como La casa de los espíritus de Isabel Allende y Como agua para chocolate de Laura Ezquibel.
Las mujeres de la novela de María Luisa Bombal, como sucede con otras mujeres de sus relatos cortos (tómese el caso de «El árbol» como ejemplo), han sido ninguneadas, usadas como moneda de cambio, ultrajadas y llevadas de aquí para allá sin tener en cuenta su opinión o sus sentimientos. Sus únicas defensas han sido el silencio y la melancolía. Ana María, que es a los ojos de los que la rodean una majadera, una inconforme… una loca o una enferma, en última instancia, pareciera encontrar en su muerte la única instancia en que puede llegar a ser ella misma y sentirse finalmente feliz.
En resumen, María Luisa Bombal ha sido una de las autoras más intrépidas e innovadoras de la literatura latinoamericana, sobre todo si situamos su obra en el contexto de su época, su país y su género. Una mirada que desde nuestros días pretenda rescatar obras cuyos diálogos con las problemáticas sociales contemporáneas permanezcan intactos, no puede dejar fuera a la autora de La amortajada: obra cuyo valor no se restringe a su condición genésica, de preludio de un hito literario que sobrevino después; sino que se erige sobre los pilares de su calidad literaria y de la fuerza empática que tiene con los lectores a más de ochenta años de haber sido escrita.
Maielis González