ARTÍCULO MINI

HAY QUE DEJAR LA ANTICUADA PERCEPCIÓN DE LA LITERATURA JUVENIL EN EL PASADO (AL QUE PERTENECE), por Patricia Macías

ARTÍCULO

A mis 21 años tengo que ir acostumbrándome a que, cada vez con más frecuencia, los personajes de las novelas juveniles sean más jóvenes que yo. Eso también significa que muchas personas empiezan a mirarme de forma extraña por seguir consumiendo y escribiendo literatura juvenil. Tengo que admitir que leo mucho juvenil, quizá incluso más que cuando era pequeña. Creo que siempre he ido un poco a la inversa en ese sentido. Cuando tenía 12 años lo que quería era que los adultos me escucharan y me tuviesen en cuenta y muchas veces la única forma de conseguirlo era interesándome por las mismas cosas que ellos consideraban de calidad. Pista: la literatura juvenil no era ni es una de ellas. De hecho, y supongo que no soy la única a la que le pasa, a menudo tengo que escuchar que «cuándo escribiré algo serio», como si lo que escribo ahora no lo fuera, como si los temas que trato no fuesen importantes. Por suerte, quizá porque me hago mayor y ya no tengo que demostrarle nada a nadie, me da cada vez más igual lo que opinen sobre lo que leo o dejo de leer. Leo lo que me gusta. Leo lo que creo que verdaderamente me aporta algo.
A veces me pregunto qué clase de visión tienen sobre la literatura juvenil las personas que la critican. Creo que no le han prestado atención en las últimas décadas y piensan que este tipo de ficción sigue estancada en el siglo XIX. Desde mi punto de vista el problema reside, de hecho, en que la historia de la literatura juvenil ha estado ligada a la propia concepción que se tiene de los niños y los jóvenes, que ha ido cambiando con el tiempo.
No sé cómo estaréis de puestos en historia, pero es durante las horribles condiciones de vida que trae consigo la Revolución Industrial, con miles de niños sucios en las calles trabajando desde edades muy tempranas y muriendo de hambre, cuando empieza a surgir una preocupación por la infancia. Preocupación que vemos reflejada en muchas creaciones literarias del Romanticismo, como en el poema The Chimney Sweeper de William Blake. Este debate en el siglo XIX llevó a reflexionar a muchos intelectuales sobre qué eran realmente los niños, que hasta ese momento habían sido considerados adultos en miniatura y que de pronto pasaban a tener una identidad propia.
Es entonces cuando la discusión derivó hacia cómo debían ser criados y educados para que llegasen a convertirse en buenos adultos. No es casualidad, por tanto, que surgieran en este siglo los primeros libros enfocados a niños, cuyo fin era moldearlos, que aprendiesen por medio de historias buenos modales, moral y, en general, cómo funcionaba el mundo de los adultos al que con el tiempo se incorporarían. Si esta percepción de la literatura para jóvenes se mantiene hoy día, es normal que muchos adultos piensen que la literatura juvenil no es para ellos. Ya son adultos y piensan que ya han aprendido todo lo que estos libros tienen que enseñarles. Sin embargo, la literatura juvenil, como cualquier otra, nació de una forma y con el paso de los años se ha ido desarrollando y ha ido incorporando nuevos temas y diferentes enfoques, llegando a convertirse en uno de los géneros que en la actualidad más arriesgan y que, por tanto, más aire fresco traen a la literatura.
Por otro lado, también me pregunto si de verdad piensan que los niños son tontos. Aunque no sé para qué me lo cuestiono siquiera cuando sé que la respuesta es «sí» y a mi yo de 12, de 10 e incluso de 6 años no sabéis la rabia que le daba esto. Como a ella no le hacían caso, ya lo digo yo a los 21 (aunque probablemente para algunas personas seguiré siendo demasiado joven): los niños son más inteligentes de lo que pensáis y los temas que la literatura juvenil está tratando en la actualidad lo demuestran. Feminismo, antirracismo, diversidad sexual y de género, tratamiento de enfermedades mentales como la depresión o la anorexia, la antigordofobia… La literatura juvenil no predica sobre qué hacer y qué no ni intenta asustar a los jóvenes, sino que les brinda un lugar seguro para pensar, sentir y descubrirse a sí mismos. Algo que a muchos adultos, encorsetados en unas creencias que llevan años sin revisarse, les vendría muy bien.
Creo también que es hora de dejar atrás la tierna concepción romántica de la pureza infantil y todo ese rollo. No digo que haya que volver a la de adultos en miniatura, pero sí que es hora de que encontremos un punto medio, uno en el que a los niños y a los jóvenes se los valore y se los considere personas, en el que sus historias tengan la importancia que se merecen. En definitiva, uno en el que los adultos dejen de pensar que ya lo han aprendido todo y la relación entre niños y adultos deje de ser unidireccional. Los niños tienen que aprender de los adultos, sí, pero los adultos también podemos aprender de los niños. Y una de las mejores formas que existen es mediante la literatura.

1 Comment

  1. El adulto que crea que ya lo sabe todo es un celacanto. Si ya hace dos mil quinientos y pico años un señor muy griego y mucho griego que se llamaba Heráclito de Éfeso decía que lo único permanente es el cambio, ¿cómo vamos a saber nada nunca? Todo lo que aprendemos, pasa, y se ve sustituído por algo nuevo.

    No es que los adultos podamos aprender de los niños. Es que no hacerlo es despreciar una valiosísima fuente de sabiduría. Ya está bien de mirar a la infancia como el futuro: son el presente. Viven hoy, tienen preocupaciones hoy, tienen sueños y miedos hoy. Y hoy es cuando hay que escucharles para que mañana, ese mañana al que los adultos quizá no lleguemos, ellos estén mejor preparados que nosotros para sacar el mundo adelante en vez de hundirlo en la miseria.

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