A diferencia de lo que a algunas personas les gusta pensar, la literatura juvenil está muy presente en nuestra cultura. Me atrevo a decir que cualquiera podría mencionar, al menos, el título de una novela juvenil adaptada al cine y convertida en una película taquillera o, incluso, una exitosa saga o trilogía.
Para todo hay excepciones, claro. Quizás alguien como mi padre, un señor que no se ha acercado a la literatura juvenil (ni a la literatura en general), pueda quedarse un poco a cuadros con la petición y no saber contestar. Pero estoy segura de que si le pregunto sobre Harry Potter o Los juegos del hambre me dirá que le suenan, sepa o no que son adaptaciones que provienen de novelas dirigidas, principalmente, a un público joven.
Otra cosa de la que estoy más o menos segura es de que, si tienes la patita metida en el mundillo de la literatura, como persona que la consume, escribe o se interesa por ella, has debido enterarte de más de una discusión acalorada vía redes sociales. Aunque sea de oídas. Hay personas que tienen opiniones bastante fijas y fuertes sobre las novelas juveniles, negativas en su mayoría. Las comparaciones con otro tipo de literatura considerada de «mayor calidad» son habituales, muchas veces sin tener en cuenta que esta alta literatura pueda no ser adecuada para cierto rango de edad, bien por temática, o bien por complejidad.
Por las ideas que defienden los detractores de las novelas juveniles, me es fácil imaginar a una versión mucho más pequeña de ellos pidiéndoles el Quijote a los Reyes Magos. Los veo leyendo, analizando y disfrutando la obra a una edad en la que aún usaban pañales, pasando las hojas del libro con rechonchos deditos de bebé. Yo, a esa edad, lloraba porque mi hermana le cortaba el pelo a mis muñecas. Los grandes clásicos de la literatura no me preocupaban en absoluto, pero me encantaban los libros de Kika Superbruja y soñaba con sus mágicas aventuras por las noches. Estas cosas, tanto los lloros como el leer sobre niñas bruja, son las que me han ayudado a convertirme en la escritora que soy hoy.
Así, parece que existen personas que se empaparon de literatura de la buena, de la de verdad, cuando apenas sabían leer. Mientras tanto, el resto de mortales, los que consumimos literatura juvenil, necesitamos de escritos que no contengan metáforas y estén bien mascados, que sean sencillos. No vaya a ser que no nos enteremos de qué va la cosa. Porque, como bien insinúan, la literatura juvenil no solo es innecesaria, sino que sus temáticas y prosa simplona menguan nuestra comprensión lectora.
Curiosamente, estas afirmaciones no se dan referidas a la literatura considerada «adulta», y mirad que hay variedad de sobra para criticarla hasta la saciedad. Esto me genera varias dudas, porque si el problema es que todo lo que no es literatura adulta es más bien regular o para tontas… ¿También están mal los cuentos infantiles? ¿Y los libros para personas de la tercera edad? ¿Es descabellado tener libros adaptados a los gustos y características de una etapa evolutiva concreta?
Existe ocio para todas las edades, pero las quejas sobre la literatura juvenil (y el ocio dirigido a un público joven), son desproporcionadas en comparación con el resto. ¿Por qué será? No porque me vaya a menguar el cerebro si la consumo, desde luego.
Sea como sea, mis teorías locas sobre el odio hacia la literatura juvenil no son la razón por la que escribo este artículo. Y, aunque pueda parecerlo, tampoco pretendo tener una confrontación con nadie. No quiero caer en «la gente es el mal y cada vez vamos a peor». Todo lo contrario, en realidad.
Escribo este artículo porque estoy contenta.
A pesar de todas las críticas con más o menos fundamento que se le puedan hacer (nada es perfecto, al fin y al cabo, y la tarea de revisión debe ser continua), la literatura juvenil gusta y llega cada vez a más gente. Hay quien la sigue mirando de reojo y con mala cara, sí. Pero esto no le resta importancia a su existencia y a las voces que la alaban y defienden como una parte necesaria de la literatura, tan digna como el resto.
Estoy contenta porque Editorial Cerbero ofrece, poco a poco, literatura más variada y accesible. Prueba de ello es la nueva colección de novelas cortas que llega en febrero, esta vez (sí, lo habéis adivinado) juveniles. Estoy contenta porque, como lectora y autora, he podido aportar un granito de arena a esta colección.
Estoy muy, pero que muy contenta, y de ahí la existencia de este artículo. Con él pretendo dar comienzo a una pequeña iniciativa que el perro de tres cabezas me ha permitido coordinar: durante el mes de enero se publicarán, en este mismo blog, artículos centrados en lo que la literatura juvenil ha significado en la vida literaria de las personas que los escriben. Todos ellos irán firmados por personas geniales, algunas de ellas de esta misma casa, que nos darán su visión personal y única.
De esta forma me gustaría transmitir, aunque sea un poco, la importancia de la literatura juvenil, lo maravillosa que puede ser y el papel que ha jugado en el crecimiento de personas que, a día de hoy, producen literatura que está muy alejada de poder considerarse «para tontas o crías».
Porque resulta que, no, las personas que escribimos y consumimos literatura juvenil no tenemos ni un pelo de tontas.
1 Comment
Cada etapa evolutiva necesita un tipo de texto específico. Como bien dices, el Quijote sería infumable con 12 años. A mis 35 se me atraganta, lo confieso. Y a quien no sele atragante, mi enhorabuena.
Los clásicos son como el buen vino. Hay que ser maduro para saber apreciarlo. Mientras tanto, podemos tomar mosto, que también hace fiesta. Al fin y al cabo, acaba convirtiéndose en vino con el tiempo,¿ no?
Ale, un chin chin pa’ todos