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La vidente y el zórvix, de Ana Tapia

#LeoAutorasOct | Un día, un relato | Día 08

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Foto de Ioan Roman para Unsplash

UNO: LA VIDENTE

La niña ve cómo el jardinero de la casa de enfrente le hace el gesto de silencio, se abre la bragueta y se lo enseña todo a través de la verja cerrada. La niña grita entonces el nombre de su padre, que está sacando el coche del garaje para llevarla al colegio. Papá, ahí enfrente hay un hombre que lo tiene todo desparramado, dice. El padre sale a toda prisa del coche y grita:

¿dónde?, y la niña: allí, en el jardín de esa casa, y el padre: ¿jardín? ¿qué jardín? y la niña mira hacia atrás y ya no están ni el jardín ni la casa ni el jardinero con la bragueta abierta. Ni siquiera se encuentran en su calle de siempre, sino en el centro de la ciudad, rodeados de edificios de diez plantas, y su padre ya no es su padre, es un guardia de tráfico que se le ha acercado para preguntarle si se encuentra bien. Ha estado usted parada cinco minutos en la vía con los ojos en blanco, le está diciendo el guardia, ¿es usted epiléptica?, y ella va a decirle que tan sólo es una niña, pero entonces se mira las uñas pintadas, las medias, y recuerda que es una mujer, y que a veces está hasta las narices de este extraño don con el que ha nacido.

DOS: CAMPO DE PRISIONEROS ZÓRVIX

Si nos salíamos de la fila, el zórvix nos pegaba con una porra luminosa. Hacía daño, eso decían los que la habían probado. Pero yo me estaba meando. Tenía tantas ganas que me lo hubiera hecho encima.

Esperé un descuido del zórvix que vigilaba mi columna y me salí de la fila. El tipo que iba detrás de mí me dijo: imbécil, te van a reventar a palos, pero yo ya estaba oculto entre unos arbustos.

Nunca he sabido si los zórvix son machos o hembras. Puede que las dos cosas, o ninguna. Tampoco sé si tendrán alma, esos bichos, o solo son metal y cables. Cuando ya me cerraba la bragueta, aliviado, uno de ellos se me plantó delante. Levantó la porra y yo cerré los ojos, pero enseguida la bajó sin golpearme. Olfateó el aire, como un perro, y luego me observó y sus ojos metálicos parecieron arder. Después hizo algo insólito. Se agachó, el zórvix, intentando abrirme otra vez la bragueta. No lo hacía de forma agresiva, sino con deseo, y eso me asustó aún más. Le di un empujón y eché a correr de nuevo hacia la fila. El zórvix no me persiguió, no me delató. Solo me miraba.

Desde ese día me lo he encontrado en los pasillos, en el comedor, en la cantera donde trabajamos. Creo que sigue excitado y que solo está aguardando el momento oportuno.

TRES: LA VIDENTE NO DUERME

La vidente está ahora dentro del armazón metálico de un zórvix. Sabe que debe vigilar, y vigila. Hombres a su derecha, hombres a su izquierda. Todos sucios, todos desnutridos. Parecen iguales entre ellos. Pero hay uno que le interesa más que los otros. No sabe su nombre porque allí nadie tiene nombre. Lo conoce por el olor. El zórvix, y con él la vidente, se desliza hasta las duchas donde se lavan los hombres y allí observa. Mirando los muslos de su hombre, el pecho de su hombre, la vidente y el zórvix sienten de nuevo el martillazo del deseo. Esto no está bien, trata de protestar la vidente, pero ya está acorralando al hombre contra la pared, ya le arrebata la toalla; el hombre abre mucho los ojos, aterrorizado, y en ellos la vidente ve reflejado el horrible rostro del zórvix, y quisiera poder detenerlo, pero no puede.

La vidente despierta en la madrugada, con una furia animal en la que no se reconoce, y se encierra en el baño para gritar. Su hijo se despierta y toca a la puerta del baño, mamá, qué te pasa, y la vidente dice, no es nada, vete a dormir, mamá tiene que ducharse ahora.

CUATRO: VISIÓN QUIETA DE ZÓRVIX

El prisionero Z- 346 ya sólo sabe hacer una cosa: mirar la línea de sombra del patio del pabellón F. Para él, ese movimiento estático, previsible y diario es la única medida del Tiempo. Marca la cadencia de un sol que no le pertenece. Le recuerda quién no es. En su mente hecha de cables diminutos soñará con acceder, por qué no, a un mundo sin línea de sombra. Sin futuro. Será lo más cerca que esté de comprender la muerte.

1 Comment

  1. Esto es raro y perturbador. Mola.

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