La superficie rectangular de Almagesto se impone en mitad del cosmos en contra de cualquier probabilidad. No es un planeta idílico, ni amable, ni pacífico; ni siquiera es del todo exacto llamarlo planeta. Pero es hermoso, muy hermoso, asomarse sobre las balaustradas de sus puertos y muelles, embriagado por sus mil aromas, y ver el continuo desfile de los Soles. Cada uno distinto al anterior, distinta fuerza, tamaño, calor y luz… y distinta personalidad.

Porque lo que hace diferente a Almagesto del resto de planetas hollados por la humanidad es que sus Soles, todos ellos, son creados con el pensamiento de unos seres extraordinarios. Son quienes hacen que salgan y se pongan en hora, quienes les permiten brillar y calentar las calles y los barrios. Criaturas de otro plano, de otra dimensión, atadas a nuestros cuerpos mediante la tecnología. Alastair las vigila, las protege y, quizá, también las cuida. Para que puedan hacer lo que mejor se les da. Para que nunca se termine la madrugada.