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RESEÑA: «YABARÍ», CRÍTICA ECOLOGISTA Y PLACER DESCRIPTIVO

«Desde la altura, a unos cinco mil metros en el aire diáfano de un día con sol, la superficie selvática sobre la que volaban era una inmensa mancha de un cárdeno casi negro, surcada por ríos anchos y abundantes como arterias, y otros más delgados, cortos y tumultuosos, semejantes a venas. Había también lagos que espejeaban bajo la luz cenital.

Seis mil kilómetros más arriba del ecuador, en el hemisferio septentrional, empezaban las primeras estribaciones de una gran cordillera. Picos altísimos de roca viva, glaciares y nieve en las cumbres. Más allá todavía de esa cadena montañosa, una vasta meseta deshabitada y desforestada. Y, de nuevo en dirección norte, la altiplanicie llegaba hasta las zonas polares.

El piloto hizo girar 180 grados la avioneta de reconocimiento para dirigirse hacia el sur, de regreso al espaciopuerto. La mujer a sus espaldas señaló unas manchas blancas que destacaban en lo más profundo de la selva

—¿Qué son? —preguntó.

—No se sabe —respondió rápidamente el otro pasajero».

Estas son las primeras líneas de YABARÍ (Editorial Cerbero, 2017). Al concluir la primera página, me froto las manos, me levanto para hacer acopio de pipas y una cerveza, me acomodo mejor en el sofá y me digo: «Esta historia me va a gustar». Luego el tiempo vuela, me dejo llevar y me paso toda la tarde incrustada en los ojos de la periodista Muriel Johansdóttir, protagonista de la novela. Una mujer intrépida y curtida, con un bagaje personal que voy adivinando poco a poco, enviada desde la Tierra a observar y relatar las condiciones en las que se están explotando los recursos del planeta Yabarí.

Mis sensaciones, desde la segunda página, son parecidas a las que una experimenta en un juego de aventuras virtual. Solo falta la introducción: «Te llamas Muriel Johansdóttir, eres periodista y has sido enviada a Yabarí». El resto: los paisajes en tres dimensiones, las texturas, las voces de distintos personajes y las incógnitas por resolver, están servidos en un despliegue magistral de destreza literaria, imaginación y capacidad para entender y crear belleza. Las descripciones de la novela son simplemente fabulosas. Llega un momento en el que desearía cambiar las pipas y la cerveza por alguna pijada gourmet y vino tinto del bueno –Y lo haré, volveré a leer la historia, solo para poder acompañarla de buena música instrumental y otros deleites─.

Muriel llega a un mundo de hombres que me hace recordar escenas leídas en historias que hablan de la colonización de América o de África, salvo por el hecho de que todo es tecnológicamente más avanzado. De resto: desde las imposiciones patriarcales que le rezan a los instintos y a la violencia del varón (tascas de hombres donde las mujeres sirven bebida, comida y sexo), los misioneros evangelizadores y la insistencia en menospreciar etnias a las que se le atribuye una naturaleza más primitiva, todo es extrapolable a historias que se nos antojan lejanas pero que son actuales e incluso futuras: ningún avance tecnológico nos va a permitir zafarnos de ese tipo de lastres. Somos los propios seres humanos, trabajando nuestra esencia y siendo conscientes de los cambios sociales que necesitamos, quienes debemos apostar por un futuro mejor. Este mensaje va consolidándose en cada página y en cada nuevo párrafo que leo de YABARÍ.

Me siento cómoda dentro de los ojos de Muriel Johansdóttir. No obedece al arquetipo de heroína femenina del que suelo desconectar muy rápidamente: no es una superwoman de belleza estereotipada, fuerte, ágil, brillante en cada movimiento que da… Los arquetipos de protagonistas masculinos de historias de acción están llenos de fallos y empatizas y los recuerdas por eso. Las protagonistas, en la mayoría de los casos, son tan perfectas e imposibles que parecen una burla a las mujeres reales que han experimentado en propias carnes estas vivencias de acción: policías, reporteras de guerra, misioneras, guerrilleras, detectives, etc… Muriel Johansdóttir no ha salido del cajón de las heroínas de cuento sino que representa perfectamente a cualquiera de las mujeres inconformistas e intrépidas que conozcamos o hayamos conocido. No es una diosa, es una mujer en buena forma, pero con ese tipo de belleza que no crea gran receptividad en los hombres tradicionales. Viene de vuelta de todo, pero sigue manteniendo esa curiosidad casi infantil tan característica en viajeras, fotógrafas, investigadoras y deportistas de aventura. Tiene sus aciertos, sus fallos, su pasado oculto y sus momentos absolutamente incontestables. Lo siento por el spoiler pero hay una parte que me juré copiar y pegar porque es sublime. Después de leerla tuve que parar para reírme a gusto y fumar un cigarrillo. Es esta:

«—Hacía mucho que nadie me aconsejaba que tuviera cuidado con los hombres. ¿Cree que puedo caer seducida por los encantos de algún dodimi y no querer irme de aquí, o más bien lo que está diciendo es que no me olvide de los preservativos?

Darkóvic, que hasta entonces había dejado vagar su mirada por toda la estancia o la había concentrado en la comida, los observó ahora con mucha atención. Olmedo cruzó las piernas, se acomodó en su butaca y enfrentó a la periodista, sonriendo levemente:

—Creo que la especialidad de algunos dodimi como Managua son las mujeres poco agraciadas a las que puede conquistar fácilmente y luego abandonar con la misma rapidez. Y tenga cuidado también con los hombres a mi cargo. Aquí hay pocas mujeres y a veces se dejan llevar por sus bajos instintos. Procuren igualmente no cruzarse en el camino de Vinicius, es un encuentro muy poco recomendable. Son varios consejos, lo sé, pero me parece usted muy ingenua. Mi mayordomo les acompañará a la salida.

Mientras el guía funchaliano observaba a una y otro con los ojos más abiertos todavía, la periodista apretó los labios y se envaró durante unos segundos. Después sonrió:

—Gracias, míster Olmedo. Me permitirá que le entregue un obsequio para su esposa. —Sacó del bolsillo de su pantalón una cajita negra, de madera lacada y, tras abrirla, la puso sobre la mesa; en el interior había una pequeña joya de plata con brillantes diminutos, que representaba una araña—. Es una Latrodectus, desafortunadamente conocida como Viuda negra pues no merece su mala fama. La conseguí en Jamaica. Las mujeres antillanas se las entregan a otras para felicitarlas por su viudez, presente o muy próxima, cuando ese estado les supondrá una notable mejoría respecto de su vida de casadas, incluso aunque ellas aún no se hayan dado cuenta. Podemos irnos, Darkóvic».

Este momento es orgásmico.

Dan ganas de comprar una araña parecida, guardarla en la mochila o en el bolso, por lo que pueda ocurrir, y memorizar el discurso.

La novela, además, está nutrida de reflexiones interesantes que invitan recapacitar sobre nuestra necesidad de creer, nuestra inclinación humana hacia lo supersticioso, la necesidad de los afectos, la avaricia, el carácter innato o social de la violencia y tantas otras cuestiones, tan presentes en pensamientos cotidianos.

Estoy feliz de haber conocido a Lola Robles y muy muy feliz por descubrirla también a través de las palabras y las imágenes que ha creado con tanta habilidad en esta novela deliciosa que recomiendo encarecidamente.

Por cierto, querida Lola, le he puesto main theme a YABARÍ, espero que te guste. Es In Existence de Beautiful World.

 

2 Comments

  1. Enhorabuena a la autora por este trabajo tan maravilloso de hacernos viajar a través de su narrativa. Me parece una genialidad dar visibilidad a las mujeres a través de la literatura y además, lo haces con un gusto exquisito.

    Fantástica novela de Lola Robles.

    Mis felicitaciones.

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